Gordon E. Johnson

RETOS DESDE LA CRUZ

GÁLATAS –LA EPÍST0LA DE LA CRUZ Y EL ESPÍRITU SANTO

Cómo se ve la vida cristiana bajo el control del Espíritu Santo
Gálatas 5:22-26

Dr. G. Ernesto Johnson

Rio Grande Bible Institute

Introducción

En el estudio previo (# 11) se vieron las obras de la carne en toda su fealdad y universalidad. No fue un cuadro edificante, más bien muy triste y humillante. Como dijo Jesús categóricamente: “la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”. (Juan 6:63)

El estudio al final, sin embargo, no nos dejó en tal posición abismal sino que recapitulamos el fiat o el fallo divino sobre nuestra muerte al pecado según Romanos 6:1-14, epístola gemela a Gálatas. “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado—naturaleza vieja—para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que morimos al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?”. (Rom. 6:1,2) Antes: ¿Cómo se ve la vida cristiana bajo la tiranía del pecado? Ahora se pone el título correcto: ¿Cómo se ve la vida cristiana bajo el control del Espíritu Santo?

La Supremacía del Espíritu Santo en la vida del creyente

Pablo introdujo la persona del Espíritu en Gálatas con dos preguntas muy penetrantes: “¿Recibiste el Espíritu Santo por las obras de la ley, o por el oír con fe?” y una vez más “¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne”. (Gál. 3:2, 3).
Luego dice: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!”. Nótese que aquí no clamamos nosotros ¡Abba, Padre! sino el mismo Espíritu clama: ¡Abba, Padre! Fíjese en otro orden en Romanos 8:15 donde nosotros clamamos: ¡Abba, Padre! ¡Qué clamor tan íntimo en que compartimos nosotros en la intimidad de la Trinidad. Tal es nuestra victoria en la vida cristiana bajo el control del Espíritu Santo.

EL Fruto del Espíritu en su plenitud

La primera cosa que nos llama la atención es la calidad del fruto en comparación a las obras de la carne. En lugar de ser obras malas como son las de la carne, el fruto resulta en una vida cristo-céntrica en abundancia. Las obras de la carne hablan de la fuerza humana, el producto del ser humano. El fruto del Espíritu resulta en la dinámica divino interior que manifiesta la imagen de Cristo. Las diferencias son tan grandes como las tinieblas a la luz. Las obras requieren el esfuerzo humano; el fruto fluye de una vital conexión con el Espíritu mismo.

Nos recuerda de la enseñanza de Jesús en el Aposento Alto: “Yo soy la vid verdadero, y mi Padres es el labrador . . . y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto . . . Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.” (Juan 15: 1,2 5)

John B. Lightfoot, el exegeta maestro inglés, sugiere la siguiente división posible de las nueve virtudes del Espíritu. Significativamente hay tres agrupaciones de tres, el número que lleva la marca de la Trinidad.

La primera es el amor, gozo y paz; son los hábitos de la mente de Cristo en nosotros en términos más generales;
La segunda es la paciencia, benignidad y bondad; son las cualidades especiales de la mente de Cristo en el creyente en relación con los demás que le rodean;
La tercera es la fe, mansedumbre, templanza; son los principios generales en la mente de Cristo que dirigen la conducta, honestidad, gentileza y templanza del creyente. Este fruto del Espíritu es nada más ni nada menos que Cristo que mora en el creyente. El Espíritu Santo nos revela a Cristo. No tiene otra misión.

Lo que se puede decir con toda certidumbre es que las virtudes sin excepción son reflejo y eco de la vida resucitada de Cristo que mora en nosotros. Tal ha sido y sigue siendo la misma vida de Cristo. No nos debe sorprender porque el maestro mismo nos dijo: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío, y os lo hará saber”. (Juan 16:13-15)

El Fruto del Espíritu Santo Amor, Gozo Paz La Mente de Cristo en nosotros

Algunos creen que los nueve aspectos del fruto se encierran en el amor mismo, ya que Dios es amor. El amor, ágape, es Dios buscando el bienestar espiritual en sus criaturas. El Espíritu despliega esa motivación en todo momento. Mi mentor, L. E. Maxwell, solía leernos 1 Corintios 13 de esta manera: “Cristo en mí es sufrido, Cristo en mí es benigno, Cristo en mí no tiene envidia, Cristo en mí no es jactancioso, Cristo en mí nos envanece” y así sucesivamente por el resto del capítulo. He hecho lo mismo con centenares de mis alumnos.

El gozo es ese estado de ánimo constante frente a toda situación adversa o favorable. En el Aposento Alto bajo la sombra de la Cruz y al ser traicionado por Judas, Cristo consuela a sus débiles discípulos diciendo: “estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido”. (Juan 15:11)

La paz es esa cualidad de perfecto reposo en los brazos de Cristo en todo momento duro o dulce. Del mismo modo dijo Jesús en el Aposento Alto: hablando del Espíritu Santo, el Consolador: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo”. (Juan 14: 27)

El Fruto del Espíritu Santo Paciencia, Benignidad y Bondad La Mente de Cristo en nosotros para con otros

La paciencia es esa virtud pasiva que bajo mucha presión no pierde su ánimo sino que sirve a quien puede sin ningún pensamiento de mérito o recompensa. Tiene que ser una virtud divina porque el ser humano no la tiene para nada del mundo. El Espíritu basta para tal paciencia.

La benignidad es una virtud de gentileza hacia el prójimo. Es la virtud de aguantarlo todo sin responder con amargura ni decepción. Otra vez es imposible al ser humano, pero el Espíritu lo provee en la persona de Cristo en nosotros.

La bondad es una dinámica positiva que da energía en toda situación contraria. Varias veces Pablo habla de la bondad de Dios. “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho . . . y por la renovación del Espíritu Santo”. (Tito3: 4,5)

El Fruto del Espíritu Santo La Mente de Cristo en nosotros Cualidades que dirigen nuestra conducta

La fe no se refiere a lo que creemos sino nuestra fidelidad ante Dios en todo aspecto de la vida. Esa dependencia nos hace constantes, disciplinados en hábito y carácter. Tal honradez y honestidad es una virtud que resulta en que todos pueden tener la plena confianza en nosotros.

La mansedumbre es la sensibilidad, la debida ternura ante todo tipo de persona. Es un ánimo de consideración que pone al otro por encima de sus intereses. Pablo en la defensa de su ministerio dice: “Yo Pablo os ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo, yo que estando presente ciertamente soy humilde entre vosotros, mas ausente soy osado para con vosotros”. (2 Cor. 10:1)

La templanza es ese espíritu de autodisciplina, autocontrol en toda situación. Pablo reta a Timoteo con la confianza de que; “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de domino propio (templanza)”. (2 Tim. 1: 7)

Es de notar bien que todas estas cualidades sean fruto del Espíritu. No se originan en nuestros mejores esfuerzos religiosos. Sólo Cristo en nosotros puede irradiar estas cualidades que tanto nos hacen falta. Es de notar también que Pablo no diga absolutamente nada con respecto a los milagros, visiones, profecías, dones, ni experiencias personales. El Espíritu produce en ti y en mí la misma imagen de Cristo.

La Vida crucificada hace posible de manera creciente esta abundancia Gal. 5: 24-26

Es sumamente significativo que Pablo siga con el Gál. 5: 24. Éste es el gran “cómo” de poder llevar tal vida. El verso debe rezar así: “Pero los que son de Cristo Jesús crucificaron (tiempo aoristo/pasado) la carne con sus pasiones y deseos”. Se da por sentado que por ya haber tomado esa identificación con Jesús en muerte al pecado y vivo en Cristo Jesús fluye la obra del Espíritu. La Cruz y nuestra identificación con él en muerto al principio del pecado (Rom. 6:1,2) resulta en nuestra participación en su vida resucitada, descrito arriba como el fruto del Espíritu. Es participación en su propia vida resucitada, no nuestra mera imitación de él por nuestros pobres esfuerzos. Esto de la toma de fe de Romanos 6:6, 11-14.

Pablo vuelve a la amonestación que “si vivimos rumbo al Espíritu, andemos también por el Espíritu”. (v. 25). Juntamente con la exhortación de buscar siempre el rumbo al Espíritu, nos recuerda que no demos lugar a la carne. “No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros”. Vuelve a la verdad de que la victoria no es una condición automática sino que requiere el andar por fe en base de la Cruz. Esto es una realización de la vida cristiana. La victoria en Cristo es nuestra con tal que llevemos la vida crucificada con Cristo. De allí el Espíritu Santo nos la hace más que posible. A Dios sean las gracias.

Una Palabra de cautela frente a lo que puede ser un posible peligro

Nos corresponde una palabra de precaución solemne. El Espíritu Santo quien inspiró las Sagradas Escrituras se mueve siempre para glorificar a Cristo, el crucificado y resucitado Hijo de Dios. No habla por su propia cuenta. Magnifica a Jesús. Hace su obra en base de las Escrituras cultivando en nosotros la fe y la obediencia que traen siempre su poder transformador.

Pero cuando el «toque» del Espíritu Santo es buscado separado de la vida resucitada de Cristo resultan excesos, extravagancias y peligros espirituales muy grandes. Tantas veces la llenura del Espíritu es buscada por los esfuerzos nuestros con el fin de lograr una “bendición” personal, un don aun legítimo, una “experiencia” ofrecida. Elevar el hablar en lenguas a tal lugar como si fuera la única evidencia de la llenura del Espíritu no es bíblico. No niego que Dios puede dar los dones que él quiere y que edifiquen al Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Pero puede ser peligrosa la distorsión o una verdad fuera del balance bíblico. He visto tales casos que han resultado mal.

Hoy en día en muchas partes hay la costumbre común en los cultos de “avivamiento” o del evangelismo masivo de tumbar a la gente como si fuese comprobación del poder del Espíritu. Tal caída de ninguna manera es de Dios, ni produce la santidad, ni mucho menos la humildad. Es la espuma de las emociones que no cambian el corazón. Tal llega a ser un “show”. El resultado no es duradero. Puede que hubiera habido algunas expresiones de grande emoción en algunos avivamientos históricos, tales como los de Juan Wesley y Charles Finney. Pero tales emociones estaban por el margen de la obra del Espíritu, nunca la esencia del movimiento de Dios.

Tristemente aquellos que promueven la siempre «nueva ola del Espíritu», lo hacen con el fin de establecer su “reino” y engrandecer su ministerio. No se aprovecha de dar los nombres de los famosos televangelistas que han caído en pecado a pesar de las grandes pretensiones que hacían. Frecuentemente en tales cultos el egoísmo del evangelista eclipsa el honor que Cristo solo merece. Se oyen doctrinas dudosas como si se hubiera recibido alguna visión o profecía que compita con las mismas Escrituras. En mis sesenta años de ministerio en el Canadá, los Estados Unidos y en muchas partes de América Latina, he visto y he oído de estos dizque movimientos del Espíritu.

La señora Jesse Penn-Lewis, quien Dios usó poderosamente en el verdadero avivamiento de Gales en 1905, aconseja en base de sus observaciones a primera mano: {Parafraseo lo que recuerdo de sus muy sanos escritos que me guiaron en mi adolescencia}. “El Espíritu se comunica directamente con nuestro espíritu, no con el fin de darnos una sensación en el cuerpo. Si puede haber un gozo espiritual que desborde en nuestros afectos, no es esa emoción por buscarse, sino que es nuestro espíritu siendo tocado con el fin de que él produzca en nosotros la santidad, la humildad y el amor.” La obra del Espíritu Santo es con el fin de hacernos más como Cristo en nuestro diario vivir.

El enemigo de nuestra alma puede falsificar casi cualquier experiencia humana o aun el milagro, tales como los adivinos de Egipto. (Éxodo 7:22) Dios no necesita los fenómenos ni los milagros para crear la fe y establecer su poder. Puede todo lo que quiere, pero sólo permite lo que no peligre al creyente. Dios prefiere mucho que aprendamos a andar por fe y no por vista.

Al final de cuenta ¿dónde reside el Espíritu Santo? Reside en nuestro espíritu ya vivificado en la regeneración. Cristo lo afirma: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido glorificado”. (Juan 7: 37-39 “Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él”. (1 Cor. 6:17) “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”. (Rom. 8:17) Finalmente Pablo eleva esta doxología: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará”. (1 Tes. 5:23, 24)

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Dr. G. Ernesto Johnson