Gordon E. Johnson

RETOS DESDE LA CRUZ

TRES MODELOS DEL LIDERZAGO (6)

David

Dr. Ernesto Johnson

Introducción

En estos estudios hemos abarcado la vida triste de Saúl y la vida valiente y fiel de su hijo, Jonatán. En ambos hemos visto el papel de la carne (Saúl) y el Espíritu (Jonatán).  Sigue siempre esta tensión en la vida del creyente, y sobre todo en la del obrero o líder cristiano.  Nos corresponde tomar muy a pecho el Mensaje de la Cruz donde Dios en Cristo juzgó de una vez para siempre la vida vieja (Rom. 6:2,6,11-14).  Esta nueva posición que corresponde a cada creyente, joven y anciano, es más que una doctrina o dogma sino una posición en gracia que Dios quiere transformar en realidad en nuestra vida cotidiana.  Nada menos que esto vale la pena; sin este andar por fe (Rom. 1:17). no puede haber servicio cristiano que Dios pueda reconocer ante el aquel Tribunal de Cristo (2 Cor. 5:10).

1.         Ciertos Principios Básicos en la Preparación del Rey David

A. Si Dios a va usar grandemente a su siervo, cualesquiera que sean, va a haber un entrenamiento fuerte y profundo. No se jubila nunca tal persona de este proceso. Dios no encomienda su bendición, su poder y su nombre a una persona  no puesta a prueba en todas las áreas de su vida. No debemos esperar un camino fácil y liso. Es el camino del Calvario. 

En la vida de Abraham Dios lo puso a prueba al salir él de Ur de los Caldeos a la edad de 75 años y lo puso a la mayor prueba de su vida al pedirle que ofreciese a su único hijo, el muy amado, Isaac a la edad de unos 120 años.  En ambos casos Abraham salió  triunfante a pesar de unas fallas antes. 

B.  El entrenamiento o las pruebas serán según el llamado que Dios da en su soberana gracia.  En el caso de David Dios lo iba poner de rey, un puesto importantísimo y delicadísimo.  A él se lo iba dar el Pacto Davídico (2 Samuel 7:1-29).  En tal pacto sería el futuro del Mesías, Jesús Cristo, y todo el plan mesiánico y milenial.  Dios no iba perjudicar su causa con uno que iba a fallar.  Claro que Dios es soberano y sabe el fin desde el principio; además obra en un hombre con la misma debilidad que nos rodea. Pero como en el caso de Job, la gracia de Dios triunfaría.  Con Dios no hay fracaso final.

C.  Hay otro factor inquietante que viene ilustrado en Hebreos 4. Es el factor humano. El autor anónimo pero inspirado dijo: "Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír de la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron" (1-2). Claramente los que oyeron primero la Palabra no entraron en la Tierra Prometida; fallaron porque no pasaron la prueba de los cuarenta años. Murieron en el desierto.

A fin de cuentas no se frustró el plan de Dios, porque la segunda generación entró, pero no podemos rechazar el peligro de no alcanzar nosotros todo lo que Dios nos propone.  Hay muchos fracasos en el ministerio que no podemos negar. Demas entró en el ministerio con Pablo y recibe su recomendación  (Col. 4:17), pero finalmente viene el triste anuncio de su salida, "amando este mundo" (2 Tim. 4:10)

D.  El éxito espiritual no es nada automático. Es un andar en la disciplina, la santidad, y la fidelidad.  En este andar los dones, supuestamente importantes  y espectaculares, no son nada de garante de la última bendición de Dios.  La iglesia de Corinto era una iglesia bien dotada (1 Cor.1:4-7), pero era una iglesia carnal, dividida, orgullosa y un dolor de corazón para su fundador, Pablo.   

Hay tanta carnalidad que contagia la obra de Dios que no podemos cerrar los ojos ante el mal nuestro.  Si puedo añadir una observación personal.  En estos últimos días me han visitado dos ex alumnas, contándome la triste verdad de tener que vivir bajo el orgullo y control de dizque líderes espirituales.  Mi corazón sangraba por ellas.  Aparte de aquello aquí mismo a través de mis 50 años aquí en el seminario hemos presenciado la flojera, la independencia ante autoridad  puesto bíblicamente por Dios, la excesiva autoridad esgrimida por el orgullo, queriendo despedir a quienes no les doblan la rodilla con Mardoqueo no lo hizo a Amán (Ester 5:9).  ¡Dios me libre de mi sujeción ante mi    vida vieja! Otra vez es la Cruz que vale la pena, que humilla al orgulloso y lo equipa para servir a Dios bajo las condiciones que glorifican a Dios.

E.  A fin de cuentas el principio operante que debemos aceptar de todo corazón es que si seguimos al crucificado; nos corresponde lo que a él le correspondió --la cruz. Por eso vuelvo vez tras vez al mismo punto, la cruz donde Dios juzgó Ernesto Johnson y sólo pide que lo acepte yo de buena voluntad sin queja y sin amargura.  Mi madre me decía tantas veces: "Dios no ara la arena sino la tierra que puede dar valioso fruto." Nos corresponde pedir que Dios nos are hondamente y quebrar los terrones que abundan en nuestras vidas. "Por que así dice Jehová a todo varón de Judá y de Jerusalén: Arad campo para vosotros, y no sembréis entre espinos.  Circuncidaos a Jehová, y quitad el prepucio de vuestro corazón" (Jer. 4:3,4). Oseas 10:12 "Sembrad para vosotros en justicia, segad para vosotros en misericordia; haced para vosotros barbecho (según el Diccionario de la Real Academia Española: barbechar es arar o labrar la tierra disponiéndola para la siembra) porque es el tiempo de buscar a Jehová, hasta que venga y os enseñe justicia" 

F.  Nuestro Señor dijo lo mismo en Juan 12.:24-26: "De cierto, de cierto os dijo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará.  Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará."  Éste es el camino real a ser líder bíblico y en el caso de David es el camino que pisó aunque con bastantes tropiezos.  Así será con nosotros también.

11.              El Hombre "conforme al Corazón de Dios" 1 Samuel 13:14; Hechos 13:22

     A.   Sólo Dios sabe el futuro. 

Nos es inescrutable cómo, cuándo, por qué  y cómo escoge Dios a quién escoge. En el caso de Abraham, Jacob, Ruth, Esther, María, la madre de Jesús, y David, a quien estudiamos, y en la vida de muchos más, sabemos que Dios los escogió y cumplieron los propósitos de Dios.  En cada caso eran la materia prima con sus defectos y fallas, pero a lo largo cooperaron con Dios y por la gracia de Dios lograron los propósitos eternos.  Esto nos es misterio: primero la iniciativa de Dios siempre soberana y su propósitos nunca frustrados, pero en cada caso humano había una obediencia de buena voluntad y una aceptación de su voluntad.  No podemos decir que todo fuese de Dios y los seres humanos eran como robots o autómatas. Muy al contrario podemos decir que en cierto sentido Dios dependía del ser humano.  Pero es esa prioridad divina y luego la fe y la obediencia del ser humano que resultan en bendición. Pero esa fe y obediencia nunca tiene mérito. Tiene que ser así para que toda la gloria sea para Dios y que el hombre sea el primero en reconocer su pequeñez y dependencia de Dios.  Pero en lograr sus fines de la salvación y el avance de su iglesia aquí en la tierra no usa a los ángeles; Dios no opera sin el ser humano, un misterio que nos humilla y nos sorprende siempre.

B. David, el más pequeñito de su familia, es escogido por Dios  1 Samuel 16

Saúl ya había dado los primeros pasos para abajo. En 1 Samuel 15 su obediencia parcial (v. 14), su rebelión (22), su justificación de su pecado (13, 21, 24, 25) su orgullo en querer ser honrado por el pueblo (30), todo lo hizo incapaz de seguir siendo rey. Dios definitivamente había abandonado a Saúl.  Esto era para Samuel un golpe porque esperaba que Saúl siguiera siendo rey. "y nunca después vio Samuel a Saúl en toda su vida.  Y Samuel lloraba a Saúl  . . . Dijo Dios  a Samuel: ¿Hasta cuándo llorarás a Saúl, habiéndolo yo desechado, para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite, y ven, te enviaré a Isaí de Belén. Porque de sus hijos me he provisto de rey" (1 Sam. 15:35; 16:1). Una vez más Dios va a confundir la inteligencia humana. En esta familia de Isaí había varios hombres más probables.  Antes Dios había escogido a Saúl cuando andaba buscando las asnas de su padre, pero parecía tener cierta potencial en él (1Sam. 9:2,3).

            Con todo esto Samuel va  a la casa de Isaí bajo la amenaza y el desagrado de Saúl (16:2,3).  Cuando se le presentaron en orden los siete hijos, con los primeros Samuel esperaba hallar al que Dios había escogido. Pero él hizo pasar delante de él todos los siete y  todavía no había el indicado divino.  Confuso Samuel pregunta: " Son éstos todos tus hijos? Y él respondió: Queda aún el menor, que apacienta las ovejas. . . . Envía por él, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que él venga aquí. . . . Entonces Jehová dijo: Levántate y úngelo. Porque éste es" (11,12). Pero es el verso 7 que nos da el secreto de quién escoge Dios: "Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón."

            Centenares años después el salmista explica el por qué de esa selección improbable: "Eligió a David, su siervo, lo tomó de las majadas de las ovejas: de tras las paridas lo trajo, para que apacentase a Jacob su pueblo, y a Israel su heredad.  Y los apacentó conforme a la integridad de sus corazón, los pastoreó con la pericia de sus manos" (Sal. 78:70-72).  Dios lo escogió porque David traía algo muy  valeroso a Dios, porque en tal momento no traía nada. Pero en su gracia y soberanía percibió en David  las cualidades de la integridad, la humildad y la cooperación de David con la voluntad de Dios. No había garantía que así resultara, pero Dios iba a humillar a David, quebrantar su orgullo, moldearlo por largos años de huída delante de Saúl y por fin capacitarlo para ser hombre "conforme al corazón de Dios."

            Dios sabía muy bien lo que tomaría para ponerlo por fin en el trono: la injusticia, el mal trato, el sufrimiento, en fin, la cruz.  Más adelante esto le tocará al Hijo Mayor de David, pero ahora en David mismo Dios iba a trabajar duro. Con razón Pablo siglos después dice: "A fin de conocerle, y el poder  de su resurrección, y la participación (koinonia) de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte . . .  no que lo haya alcanzado . . . sino que prosigo . . . a la meta." (Fil. 3:10,12,14).